sábado, 16 de julio de 2011

LO QUE SON LAS COSAS...(ADÓNDE VA VICENTE...)

Cuento para todas las edades:

(Veo lo que quiero ver.
Cómo el qué dirán y las modas coartan nuestra libertad
La Providencia de Dios
La devoción a la Virgen)


Esos pueblecitos que aún permanecen aislados de las grandes vías de comunicación albergan paisajes, gentes y costumbres entrañables y, sobre todo, un modo más humano de vivir. Pasaba yo el mes de agosto en Logumbres, un pequeño villorrio de montaña conectado con el pueblo vecino, Valcasas, por apenas seis quilómetros de una carreterilla de tierra apisonada que atravesaba el pequeño valle que los separaba. Un antiguo puente sobre el riachuelo, unía los dos tramos curvos apoyados en sendas laderas en las que se asentaban ambas localidades.
Mientras permanecía sentado en un banco de la plaza, bajo un árbol, rehaciéndome un poco del calor tras mi paseo por la zona, vi llegar a un joven más contento que unas pascuas:
-¡Hola, Faustino!
Al tal Faustino no lo había visto yo, pero removía el heno del corral en una casa de enfrente:
-¡Qué hay, Paquito!
-Pues muy buenas nuevas, amigo, me caso de aquí a un año, en la fiesta de la Virgen, justo como hoy.
-¿La Virgen del Carmen?
-No, palurdo, esa es en julio; la de agosto, la Asunción de María. Bueno, eso de que me caso, será si Marina me dice que sí. Mira qué anillazo le he comprado para hacerle la petición formal. Lo haré de rodillas y todo, como toda la vida.
Acto seguido inició una autopalpación consecutiva de todas las partes del cuerpo más cercanas a los bolsillos. Es esa especie de danza que todos alguna vez ejecutamos cuando no encontramos algo y que parece más bien una comprobación de que ninguna partecilla de la anatomía se nos ha salido de su lugar.
-¡Madre Santísima, asísteme! No puede ser: ¡lo he perdido! Se me debe de haber caído en algún momento del trayecto en que he sacado el pañuelo del bolsillo. Ayúdame a buscarlo, amigo. Desandemos juntos todo el camino desde mi casa.
Y, dicho y hecho; les vi desandar lentamente el camino mirando juntos hacia el suelo, por todas partes y con cara de gran preocupación.

Entretanto, llegaron a mi altura dos dulces y elegantes ancianas:
-¡Uy, mira! Qué cabizbajos andan esos. Debe de ser un cortejo fúnebre. ¡Qué lástima que haya tan poca gente! Un difunto debiera ser despedido con más afecto y respeto. Vayamos y encomendemos su alma. ¡Quién sabe si tampoco habrá siquiera funeral o alguna modernura de esas! Como la tontería de suprimir a última hora la procesión de hoy -comentó una a su compañera.
-¡Ah! ¿La han suprimido? ¿Quién?
-Ha sido cosa del alcalde.
-¿Desiderio? Pero si yo lo tenía en catequesis, ¿es que ya se ha hecho ateo?- respondió la otra.
-¡Qué va! Si él también es catequista. Pero ha dicho que eso no hace moderno y que la quita porque le han dicho que si no, le van a venir piquetes al Ayuntamiento. Éste se ha achantado y no quiere destacarse demasiado. Sin embargo es el primero que se lamenta de que este año no haya loas a la Virgen.
Ambas señoras siguieron cabizbajas a los dos amigos y, progresivamente, se les fue uniendo un gran número de paisanos que pensaban estarse añadiendo a un cortejo fúnebre para presentar sus respetos y condolencias. Hasta los niños que iban al colegio en verano para recuperar las asignaturas suspendidas, se encaramaban a la tapia del patio, con la esperanza de ver el coche con el ataúd, con esa ingenua morbosidad infantil.
Iba la larga comitiva avanzando lentamente pueblo arriba hasta llegar a la Iglesia, al lado de la cual, se ve que vivía Paquito, el dueño del anillo perdido. Por lo visto allí lo pararon para darle el pésame, y él no entendía cómo había podido correr tan pronto la voz de su pérdida y por qué se lo habían tomado todos tan a pecho y de modo tan dramático. Eso al menos, es lo que se oía comentar por quienes pasaron a mi lado en el banco de la plaza. Así como la extrañeza al no ver ningún ataúd.
-Serán cosas de ahora- era el común veredicto.

Me contaron luego que dos habitantes del pueblo vecino, Valcasas, salían en ese momento para la era y, pudieron ver, al otro lado del valle la larga hilera de vecinos de Logumbres que avanzaba con parsimonia hacia la Iglesia.
-¡Si será sinvergüenza ese Desiderio!- dijo el alcalde de Logumbres cuando se lo comunicaron, más pronto que tarde - tanto fingir que no harían procesión y ahí la tienes. ¡Y nosotros que lo hemos recogido todo a última hora para no quedar como retrógrados…! Diles a todos que vuelvan a prepararlo todo rápido y los quiero con los mejores trajes y vestidos en la puerta de la iglesia dentro de media hora, ¡ni un minuto más!
Suerte que aún no habían acabado de recoger nada ni se habían podido cambiar de ropa. Así, cuando todavía no había acabado el pregonero de difundir por las calles la nueva orden del señor alcalde a toque de corneta, ya estaban todos endomingados y con la Virgen en la puerta de la iglesia.
El coro de niños repeinados seguía a los ciriales que anunciaban el paso solemne de la imagen de María Asunta. Luego el Párroco y los acólitos, la banda de música, y todos los vecinos, de dos en dos, cirio en mano y cantando a todo pulmón.

Aún sentado en mi banco adoptivo, pude distinguir claramente la procesión discurrir por las calles de Valcasas. El tenue eco de los cantos llegaba a veces, sólo cuando el viento venía de cara.
Fue aquello el detonante de una frenética agitación en Logumbres. Algo así como cuando metes un palito en un hormiguero. Y, aunque parezca mentira, al cabo de media hora, ya tenían ellos su procesión desfilando por las calles. Se ve que también se había suspendido en el último minuto por dimes y diretes similares a los de Valcasas.
-Me gusta mucho todo esto- comentaba uno- lo encuentro precioso y entrañable aunque yo no creo o, más bien ni me lo he planteado. Las tradiciones culturales no debieran perderse, ¿no crees papá?
-Yo sí que soy muy devoto de la Virgen; ella me ha cuidado y consolado desde que mi madre me encomendó a su custodia en el lecho de muerte. ¡No sabes cuántas cosas tengo que agradecerle! Me alegro de que, por fin haya prevalecido el sentido común…
-¡Quién pudiera experimentar algo así!- respondió el padre.
-Todos podemos, basta con pedírselo.
No había acabado de hablar aún el padre cuando se oye un grito de alegría:
-¡Lo acabo de pisar, Faustino! ¡Suerte que iba descalzo por una promesa que hice el año pasado! ¡Ay, gracias, Madrecita!
Pilar V. Padial

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